viernes, 8 de julio de 2016

UNO DE LOS NUESTROS: RICK



Estoy fumando y bebiendo brandy sentado a la mesa de mi despacho sobre el “Rick´s Café”. “Todo el mundo va a Rick´s” suele decirles Louis a aquellos turistas que por un motivo u otro acaban en su oficina de la prefectura de policía. Si, Louis, todo el mundo viene aquí, tal vez demasiados. El café está ya cerrado por el maldito toque de queda y la luna llena de Casablanca entra a través de las celosías de mi ventana abierta. Hace calor esta noche. Siempre hace calor en Casablanca. Si es media noche aquí ¿qué hora es en Nueva York? Malditos estos días tan extraños que han vuelto toda mi vida del revés. Hace tan solo unos días el mundo giraba como siempre lo había hecho. Hace tan solo unos pocos  días y parecen toda una vida. Ilsa…Ilsa…En mitad del bullicio habitual del café Sam acarició sobre el teclado de su piano “El tiempo pasará”, la única canción que le prohibí volver a tocar, nuestra canción, y cuando me dirigía a recriminárselo allí estaba ella, resplandeciente como la maldita luna de esta noche.  







Sam, ella y yo. Los tres de nuevo juntos, como en aquellos otros días, los de París y nuestro restaurante favorito “La Belle Aurore”. Los días de la ocupación de Paris por los alemanes. Ellos iban de gris y tú de azul, querida. Los días de nuestro amor, ese que se creía eterno. Y te marchaste. Me dejaste tirado en la estación junto a Sam con tu carta de despedida, bajo la lluvia, ante el tren que nos alejaría de los nazis y nos acercaría a nuestra vida juntos. Un tipo cabizbajo de rostro amargado al que parecían haberle pateado el estómago. Y ahora…ahora de todos los bares del mundo va y aparece en el mío. Y además casada con nada menos que Víctor Laszlo, el famoso líder de la resistencia, perseguido y odiado por los alemanes. Por eso están retenidos ambos aquí, en Casablanca, en esta “sala de espera” de donde todos quieren escapar.






Necesito otro cigarrillo y otra copa. ¿Qué fue aquello que le contesté al Coronel Strasser cuando sentado en una de mis mesas se atrevió a decirme que me habían investigado? Lo hizo con esa prepotencia propia de esos altaneros nazis que desfilan a paso de ganso. Me puso delante de las narices mi expediente y...ah, sí, me preguntó por mi nacionalidad y le contesté: “Borracho”. Je, es decir, ciudadano del mundo. Si. Ciudadano del mundo, maldito bastardo. Otra copa. La necesito. Es por ese perfume. El aroma de Ilsa flotando aun entre las sombras de mi despacho mientras abajo, en el bar, todo es silencio. Porque ella ha estado aquí. Salió a la calle sin importarle el toque de queda y se coló en el café. Siempre fue una chica lista. Subió a mi despacho sin que nadie la viera y se ocultó entre las sombras...esperándome. No tenía otra misión que conseguir lo que su marido, el santo patrón de las causas justas, no consiguió: que le entregara los dos salvoconductos que escondo en el piano de Sam. Son la única posibilidad de que ambos puedan salir de Casablanca tomando el avión hacia Lisboa. Maldito Ugarte, ¡cien veces maldito! Me pediste que te guardara los salvoconductos que robaste a los correos alemanes antes de matarlos. Te detienen en mi café y me suplicas que te ayude. ¡Imbécil! ¡Yo ya no me juego el cuello por nadie! ¿no lo sabías? Ni siquiera por alguien tan notorio como Laszlo. “También fue tu causa y tú también luchaste por lo mismo que él”, me dijo Ilsa aquí mismo hace tan solo una media hora ante mi negativa de entregarle los salvoconductos en este despacho. El  que para siempre quedará impregnado de su imagen.  Yo no lucho por otra causa más que por la mía propia. La mía es la única que me interesa.





El brandy me arde en el esófago. Tal vez debería rebajarlo con agua, pero no.  Tal vez otro cigarrillo ayude. Ilsa, en su afán de conseguir los salvoconductos, ha llegado a apuntarme con un revolver. Pero yo sabía que jamás me dispararía. He mirado la boca del cañón y después la suya. Sus labios temblaban. Entonces lo he sabido. En ese preciso instante. Aun me amaba. Me he acercado a ella lentamente pidiéndole que me disparara, incluso diciéndole que me haría un gran favor. Y cuando estaba tan cerca como para sentir la presión del cañón del revolver en mi pecho…nos hemos besado. Sus labios mantenían el sabor de las flores de los Campos Elíseos, de las risas que conseguí robarle en “La Belle Aurore”, de sus suspiros ante mis sinceras promesas cuando el mundo se derrumbaba mientras nosotros nos enamorábamos. Ella aun me ama. Como aun la amo yo.






Ha sido entonces cuando me ha confesado que nunca logró olvidarme. Que siempre estuve en sus pensamientos y que en “nuestro” París ella creía que Víctor había muerto en un campo de concentración. Cuando descubrió que no fue así, que estaba vivo, se marchó en su busca dejándome atrás. Aun así ha dicho que quiere quedarse conmigo. Que esos salvoconductos nos pertenecen. Pero ¿a quién ama ella realmente? Vi su cara cuando en una de las visitas de ambos a mi café, Víctor animó a la orquesta a tocar “La Marsellesa” cuando el Coronel Strasser y su séquito cantaban al piano una canción popular alemana. Lo admira, ella lo admira como hombre y como símbolo. Él representa la gran esperanza ante este mundo oscuro que se deshace. Lo ama, puede que de otra manera, pero lo ama…No, eso no, a él lo quiere, si, "lo quiere" es a mí a quien ama. Por mi siente una pasión que la desborda…pero por él...a él…




Él a estas horas está encerrado en un calabozo de la prefectura. Louis Renault y sus lacayos lo han detenido. Solo pasará allí lo que queda de noche. Me asomo a la ventana y exhalo el humo de mi cigarro negro. Contemplo como  el humo parece adoptar cuerpo gracias a la luz de la luna llena. Víctor está encerrado porque esta noche ha asistido a una reunión clandestina acompañado por mi maître Carl. Lo sé porque mientras estábamos charlando Ilsa y yo, abrazados en el sofá, hemos oído como aporreaban la puerta principal del café. Le pedí a Ilsa que se escondiera y bajé al local. Eran Carl y Víctor. A este le sangraba el antebrazo por la caricia de una bala. Su reunión había sido descubierta y venían a mi local buscando refugio. Y se lo dí. Los dejé entrar no sin antes pedirle a Carl que sacara de aquí a la persona que aguardaba en mi despacho.



Entonces sucedió lo que me aún me mantiene en vela esta noche de calor seco en Casablanca: me senté en la barra y hablé con Víctor. Lo sabe, sabe que entre Ilsa y yo hubo algo en París. Así me lo ha dicho. Lo supo en cuanto entraron en mi café buscando a Ugarte para que les entregara los salvoconductos. Estos siempre les pertenecieron. Lo supo cuando vio como ella y yo nos buscábamos una y otra vez con la mirada. No me hace preguntas, no pide responsabilidades, ella creía que estaba muerto. "No hay culpables" dice. Y ha sido entonces, mientras se vendaba el brazo, cuando...




-Víctor ¿No se ha preguntado alguna vez si vale la pena todo esto? Me refiero a su lucha.

-Entonces usted también debería cuestionarse por qué respiramos. Si dejamos de respirar morimos. Si dejamos de luchar contra nuestros enemigos, el mundo muere.

-Bien, ¿y qué si es así? De esta forma se acabaría la miseria en la que vivimos.

-¿Se ha escuchado a sí mismo, Rick? Suena como un hombre que está intentando convencerse de algo que, en lo más profundo de su ser, no cree. Cada uno tiene su destino para bien o para mal. Está usted intentando escapar de sí mismo y nunca lo conseguirá.

Entonces los lacayos del capitán Louis Renault echaron la puerta abajo y se lo llevaron detenido a la prefectura.

He subido a mi oficina. Ilsa y Carl ya se habían marchado. Y aquí estoy, apoyado en la barandilla de mi balcón, con este esmoquin de chaqueta blanca y pajarita negra que ya me pesa tanto como mis últimas palabras con Laszlo. Como aquellos días en París, Como la imagen de Ilsa en mi café junto a Sam tocando una vez mas “El tiempo pasará”. La luna parece mirarme, me observa con interés y me habla como si fuera mi maldita conciencia. Según Louis, lo más parecido a un amigo que tengo en Casablanca, siempre fui un sentimental, siempre del lado de los perdedores. Siempre fui yo mismo. Viviendo mi propia justicia, mi propio cinismo…y a pesar de ello…¡maldito Louis!. El policía corrupto más honorable que conozco. Entonces, bajo una de las noches más calurosas que recuerdo, el plan se forma en mi mente y mientras lo hace vuelvo a ser aquel tipejo tirado en una estación de tren rendido bajo la lluvia. Puede que siempre haya estado del lado de los perdedores, puede que siempre haya sido un sentimental…puede que Louis Renault siempre tuviera razón…

Siempre nos quedará París, lo perdimos, pero estos días lo hemos recuperado, porque…Ilsa, los problemas de tres pequeños seres, Víctor, tu y yo, no tienen importancia en este loco mundo. A menos que haya un hilo de esperanza. Y tu amas la esperanza, casi tanto como la amé yo una vez. Y puede que en esta jodida noche esté ya tan borracho y sobrio a la vez que me siento capaz de pensar lo mismo que tú...
Me quito la chaqueta blanca del esmoquin, la dejo sobre la silla de mi escritorio. Me deshago el nudo de la pajarita y me siento en el mismo sofá que hace un rato compartimos Ilsa y yo. Y aquí, con las manos masajeándome las sienes, termino de elaborar mi plan…

Ilsa…te voy a echar de menos.





CASABLANCA, LA MEJOR PELÍCULA DE LA HISTORIA DEL CINE
Norberto Piñar
@Ikarubi

2 comentarios:

  1. Soberbio relato, felicidades,Norberto.
    He vuelto al Rick café con cada linea.

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras. El café de Rick es un lugar donde se ha de regresar sin miedo a sentirte defraudado por el paso del pues tanro este local como su icónico propietario....son inmortales.

      Gracias una vez más por escribirnos y...no olvides que El Tiempo Pasará..pero el amor perdura...siempre...

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